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La visión de deLeuze y Guattari sobre La historia de La La visión de deLeuze y Guattari sobre La historia de La
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Zarta, F., Juliao, C.
YACHANA Revista Cientíca, vol. 14, núm. 1 (enero-junio de 2025), pp. 96-109
Ahora bien, la relación entre la historia de
la losofía deleuziana y la de la losofía
hegeliana resulta problemática cuando
se la examina desde el punto de vista de
Deleuze, dado que la noción de plano de
inmanencia se revelará, poco a poco, muy
ambigua. Sin duda, en muchas ocasiones,
Deleuze & Guattari (1993) identican
a un autor con el trazo de un plano; por
eso la historia de la losofía se dene
como la coexistencia de planos, en plural:
“Llevando las cosas al límite, ¿no resulta
que cada gran lósofo establece un plano
de inmanencia nuevo, y erige una imagen
del pensamiento nueva, hasta el punto de
que no habría dos grandes lósofos sobre
el mismo plano?” (p. 53).
Sin embargo, la categoría de autor no basta
porque un mismo lósofo puede cambiar
su losofía: “Y cuando se distinguen varias
losofías en un mismo autor, ¿no es acaso
porque el propio lósofo había cambiado
de plano, encontrando una imagen nueva
una vez más” (p. 53), o parafraseando a
Foucault, porque pensó de otro modo. Y
esta progresión llega a su culmen cuando
toda la losofía sea pensada así: ¿Cabe
presentar toda la historia de la losofía
desde la perspectiva de la instauración de
un plano de inmanencia? (p. 47). Siendo
primero equivalente a una losofía o
sistema, ahora el plano de inmanencia se
identica con la losofía en su totalidad.
Esto es, de hecho, lo que hace el Ejemplo
III de ¿Qué es la Filosofía?, que traza
la historia de la disciplina desde el
establecimiento de un verdadero plano
de inmanencia. El primer momento está
reservado para Platón y sus sucesores.
La inmanencia no es el elemento esencial
del plano, el aspecto de la imagen del
pensamiento y la materia del ser, sino el
atributo de un concepto trascendente, del
Uno: “No reconocido de este modo, el plano
de inmanencia relanza lo trascendente” (p.
48); no es una inmanencia en sí misma,
absoluta, sino una inmanencia relacionada
con otra cosa. “Con la losofía cristiana, la
situación empeora” (p. 46).
Es el momento de Nicolás de Cusa, Eckhart,
Bruno, cuando la inmanencia se tolera en
dosis muy pequeñas, si no pone en juego
la trascendencia de Dios. Desde Descartes
hasta Husserl, el plano de inmanencia es
tratado como un campo de conciencia: “En
esta época moderna, ya no nos basta con
vincular la inmanencia a un trascendente,
queremos concebir la trascendencia dentro
de lo inmanente, y es de la inmanencia de
donde esperamos una ruptura” (p. 49). Casi
al nal de este desarrollo, Sartre recibirá un
lugar privilegiado, al concebir un campo
trascendental sin sujeto, restituyendo la
inmanencia a sus derechos: “Cuando la
inmanencia ya solo es inmanente a algo
distinto de sí es cuando se puede hablar de un
plano de inmanencia” (p. 50). Ahora bien,
quien pensó en la inmanencia más radical,
quien no hizo ningún compromiso con la
trascendencia, ni en la forma de Dios, ni en
la forma de una conciencia o de un sujeto,
es Spinoza, “quien sabía plenamente que
la inmanencia solo pertenecía a sí misma,
y que por lo tanto era un plano recorrido
por los movimientos del innito, rebosante
de ordenadas intensivas... Por eso es el
príncipe de los lósofos” (p. 50).
Según Deleuze, esto solo ocurre una vez, en
el primer capítulo de Materia y memoria de
Bergson (2006). ¿Cuál es esta suposición
prelosóca? El establecimiento de un
plano absoluto de inmanencia. Ahora bien,
¿en qué reside ese carácter absoluto que en
esta breve historia distingue la inmanencia
spinozista o bergsoniana de la platónica,
cartesiana y husserliana? Consiste en que